El sexo kinky

El sexo kinky no es más que una posibilidad más de todas las que nos ofrece la sexualidad. Uno de los muchos caminos que podemos elegir cuando nos adentramos en asuntos sexuales. Se trata de un sexo atrevido, que busca la espontaneidad y , si es necesario, cierto grado de salvajismo. En realidad, cuando uno se enfrenta a una pareja que practica sexo kinky, no sabe muy bien lo que le espera. Desde un apasionado encuentro en la cocina hasta una batalla campal en el salón, pasando por una propuesta bondage.

Lo mejor de todo es que cualquiera puede pasarse, cuando lo considere oportuno, al sexo kinky. Y esto es una ventaja. En realidad, para subirse a este carro basta con que pongamos en marcha nuestra imaginación. Nada más. Y nada menos. Se trata de una estupenda manera de suprimir el pensamiento racional tan necesario en el día a día y que, a la vez, puede resultar tan perjudicial para la vida sexual.

Además, si la imaginación falla, siempre cabe el recurso de recurrir al cine erótico. Recrear escenas excitantes de determinadas películas puede ser una idea excelente. Podemos utilizarlo como prolegómeno de nuestro encuentro o, incluso, como parte principal.

No hay mujer que practique el sexo kinky que no guarde en su mesita de noche un pañuelo de seda, un liguero, una pluma o un consolador. En el caso de los hombres, la idea es similar pero la colección de objetos puede estar más cerca de las esposas o el antifaz, por citar algunos ejemplos. Los fetiches y los juegos en lugares públicos también guardan relación con este tipo de práctica. De hecho, suelen ser muy habituales. ¿Te atreves?

En definitiva, en el corazón del sexo kinky está la imaginación. Es una forma de explotar todas las posibilidades que nos ofrece el cerebro como miembro más importante en cualquier relación sexual. Se trata de olvidarse de todo tipo de excusas y sacarle todo el rendimiento posible a las posibilidades sexuales que nuestro entorno nos puede llegar a permitir. Sin duda, una experiencia de sexo completo que está al alance de todos nosotros. Aunque no todos seamos capaces de ponerlo en marcha.

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